jueves, 14 de enero de 2010

...hablando de las miserias más miserables


No hace falta vivir en carne propia la fuerza de algunos sujetos que, por definición y acción, son miserables, con todas sus letras.

Miserable es aquel sub-humano que no tiene registrado en su ADN el gen de ver a los otros como iguales. Para este sujeto los valores como amistad, compasión, empatía, generosidad, solidaridad y amor, no existen, si llegan a sentirlas en algún momento de debilidad, las retiran de inmediato de su pequeño cerebro, porque retenerlas implica ser vulnerables. Tanta es la inseguridad con la que conviven diariamente, minuto a minuto, segundo a segundo, que ven al resto de la humanidad, sobretodo a los más dúctiles, potenciales agresores, invasores de sus vacías vidas, haciéndolos sentir más pequeños y más miserables, siendo que ellos lo son. La premisa es actuar con frialdad, lejanía y maldad, lo que definen como "objetividad".

Quisiera saber si existe algún antídoto, algún conjuro, ya sea blanco o negro, que neutralice tan macabro actuar. Existirá algún momento, en el quede un mínimo espacio para hacer algún tipo de introspección que remotamente les hiciera ver, como en una pantalla de televisión, cada acto, cada injusticia, cada asesinato moral. ¡¡Quién puede vivir siendo detestado por todo el mundo!! Sabiendo que su forma de llevar la autoridad, que levemente tiene sobre los otros, puede dañar irreversiblemente las vidas de otros. Cero capacidad de ponerse en el lugar del otro, cero ganas de estar en igualdad de condiciones con sus "subalternos", si es que se puede llamar humanamente a otra persona. La vida no tiene jefes y subalternos, la vida se lleva a cabo cada día, entregando los valores con los que creciste, generosamente. No puedes andar por la vida restregando en la cara del mundo entero tu título de jefe o una chapa de autoridad.

Me declaro no creyente, ni cristiana, ni budista, ni judía, ni nada de eso, creo que Cristo existió, sin duda, sería más ignorante si lo desconociera y, sin duda también, fue un gran hombre. Obviamente no le doy la condición de santo. Muchos en este mundo pensarán como yo, pero ese escepticismo no implica dejar de aplicar sus enseñanzas, las que tienen ese barniz valórico con el que crecimos.

Tan pobres son sus vidas, que no puedo más que compadecerlos, esperar que de una u otra forma su actuar les pase la cuenta y se vuelva hacia ellos mismos.

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